España ha sido tradicionalmente agrícola, pero a mediados del siglo XX reproduce la transformación agrícola y pesquera.
La población agraria activa se ha reducido mucho. Actualmente está en torno al 8%. El principal retroceso se produjo entre 1960-1970, siendo distinto en cada región: muy acusado en Madrid, País Vasco o Cataluña y menos en Extremadura y Galicia.
Solamente un millón y cuarto de personas trabaja en el sector primario.
En su dimensión económica, el sector primario ha alcanzado un PIB de 20.000 millones de euros, consecuencia de una gran producción agraria. Sin embargo, en el conjunto de la economía española su significado ha ido disminuyendo. Hoy significa menos del 4%.
También ha variado el significado económico de cada subsector. Se ha llegado a una situación en la que el valor de la situación ganadera es superior a la agrícola, lo que es indicativo de una sociedad que demanda más productos ganaderos, carne y leche, que productos agrícolas tradicionales como los cereales.
A partir de los años 60 el campo sufre fuertes transformaciones debido a varios factores: el éxodo migratorio, la mecanización del campo, la ampliación del regadío y la aparición de una nueva sociedad rural.
El éxodo rural supone el traslado de población del interior de España hacia las áreas urbanas. Esto acaba con unas relaciones sociales basadas en la existencia de una mano de obra abundante y barata, y de una ordenación y usos del espacio agrario sustentados en las prácticas extensivas.
El éxodo migratorio, la evolución de la sociedad y la necesidad de incrementar la producción agraria son causa y consecuencia del las innovaciones en el campo: semillas, abonos...además de la difusión de cultivos industriales, reducción del barbecho e incremento de la productividad.
La mecanización del campo fue clave en el desarrollo del sector. Paralela a la mecanización fue la motorización del medio rural, que supone abandonar el campo como lugar de residencia y de la explotación agraria, quedando reducido a lugar donde trabajo donde se acudía a diario.
La ampliación de los regadíos. Al comenzar el s. XX había en España 1 250 000 hectáreas de regadío. En 1902 se aprueba el plan de Obras públicas, Plan Gasset, que tuvo logros modestos. En 1933 ( plena República) se aprueba el Plan Nacional de Obras Hidráulicas de Manuel Lorenzo Pardo que pretende crear la infraestructura necesaria para ampliar los regadíos aprovechando los recursos hídricos, la construcción de embalses, trasvases entre cuencas, etc.
Los conflictos producidos en el campo durante la República y la posterior Guerra Civil paralizan el Plan, que se retomará en época de Franco. Se construye entonces una red de embalses que permite elevar la superficie de regadío hasta 3 602 500 hectáreas, el 6.6% de la superficie geográfica y casi el 20% de las tierras de cultivo. La producción agroganadera recae sobre esta vasta extensión a costa de un desmesurado consumo de agua.
Todos los cambios expuestos anteriormente han alterado el concepto y el uso del espacio rural apreciándose que la influencia que sobre él ejerce lo urbano, ha atenuado el contraste campo-ciudad al superponerse sobre un mismo espacio diversos usos del suelo como apreciamos en las áreas periurbanas.
Si hace años el espacio rural tenía una función productiva, hoy ha adquirido el valor de espacio de uso, acoge segundas viviendas de residentes en la ciudad, industrias, talleres, naves de almacenamiento, etc., que están al servicio de necesidades urbanas. También acoge usos relacionados con el ocio, turismo rural o de naturaleza, ejemplo de ello son las áreas protegidas.
El espacio rural es hoy multifuncional y polivalente debido a las nuevas demandas y perspectivas de futuro que se ofrece al mundo rural en las sociedades desarrolladas. Es por ello que el mundo rural acusa la presión del mundo moderno (vías de comunicación...) y hace necesario adoptar prácticas agrarias que favorezcan la preservación del entorno y la conservación de la naturaleza.
También se hace necesario diversificar la economía, propiciar nuevos usos y actividades que generen empleos duraderos fuera del sector agrario y desarrollar programas integrados de desarrollo rural sobre la base del potencial endógeno.
Las políticas europeas procuran mantener a la población en su ámbito, apoyar la implantación de nuevas empresas y actividades, dispensar mayor asistencia las sociedades locales, conservar el medio natural y el patrimonio cultural como una baza para la generación de ingresos externos, como los que aporta el turismo.